Como otros tantos inventos, tuvo su origen en el antiguo Egipto, cuando un súbdito del faraón con una complexión similar posaba durante días hasta que elaboraban las prendas del tamaño correcto. En la Edad Media se idearon las primeras maquetas que simulaban un torso humano, normalmente hechas de varillas. Hasta comienzos del siglo XVII no se desarrollaron los primeros maniquíes modernos, construidos en madera y yeso, pero solo se usaban para confeccionar prendas. También entonces nacieron los muñecos de madera articulados que servían a los pintores como modelo, y solo con la Revolución Industrial el maniquí llegó a los escaparates. En París, en 1870, Alexix Marie Lavigne los utilizó para vender crinolina, un tipo de tela elaborada a partir de cerdas entretejidas. Unas décadas antes, en 1856, el rey de la moda francesa, Chales F. Worth, empezó a utilizar modelos vivos que exihibían sus chales de cachemira. El criterio con el que las seleccionaba era sencillo: tenían que ser guapas, con buen tipo y, sobre todo, parecerse a las clientes de Worth.